Al terminar mi pequeña obra de arte sentí que debía echarle un vistazo de lejos, así que me levanté y caminé unos pasos en dirección a la nada, a lo negro. Al girarme sobre mi misma advertí a Jorge sentado al lado del castillo de arena. Con todo mi mundo sobre sus rodillas, el agua parecía acechar su cosmopolita mirada. Es curioso, me dijo mientras alzaba su vista en dirección a mi, he caminado por muchas playas y he recogido un sinfin de arenas en tarros de cristal, pero nunca antes había visto una arena como esta. En ese preciso instante quise que mi mano rozara su mejilla, pero él ya no estaba. El castillo se había desvanecido y Jorge no era carne, sino plomo.
Comprendí, desilusionada, que el mar no era tal, sino lágrimas de un mismo sueño llamado "deja vu".
No hay comentarios:
Publicar un comentario