Lo que las paredes escondían era todo aquello que no era capaz de pintar con palabras, así que el día que arrendó el piso, arrendó su propio interior. Allí quedaban las veces que se había levantado de madrugada para estudiar en la víspera, las primeras escuchas de canciones que constituían su propia banda sonora o sus iniciales escarceos con jóvenes del pueblo.
Corría el año setenta y cinco y parecía que el mundo se había detenido desde que el ser humano diera aquél paso tan importante para la humanidad. Pero lo cierto es que por encima de temas extraterrestres, su verdad era que Franco había muerto y que una nueva vida se abría ante sí. Jacques, al mismo tiempo, dejó Grenoble para instalarse definitivamente en el estudio de Barcelona; ella, solo pudo hacer lo propio, que era darse nombre a sí misma.
Revoloteó durante años por su cuerpo, desde antes de que él existiera y hasta que él dejó de ser. Se estremeció con cada vivencia y cada momento de aparente vacío. Y así, pasó desapercibida por su vida como por la de tantos otros: cubriendo un rol abstracto por el cual él era venerado. Nunca llegó a saber de su amor por ella y así murió, sin saber que en ella se encerraba la gota más pura de cada instante.
Así se arrastra y así es como pasa la invisible y olvidada dama, verdugo de todo lo desconocido, por conocer y conocido. Con un Jacques y un Grenoble particular; con historias y sucesos propios y ajenos. La casualidad.