El futuro ya no es lo que era. Los vastos rascacielos han sesgado la armonía de la hierba y las taladradoras ensucian el sueño perenne de quien todavía se atreve a fantasear.
El futuro ya no es lo que era, se repite, mientras asoma sus sentidos a lo que ahora se entiende como realidad. Las veinticuatro horas de las que se compone el día son oscuras; el sol ya no perfora el manto que ahora preparan las nubes. Un felino se asoma en las proximidades sin que el eco de las obras lo ahuyente. Hasta él ha perdido su capacidad de escucha y, jocoso, lo ignora. Los ancianos, mártires de la hipoacusia, se detienen junto al vallado y llevándose las manos a la cabeza redoblan el coro que antes se afinó.
Si es que el futuro ya no es lo que era, si es que el tiempo ha perdido su valor lejos de las manecillas del reloj, si es que el porvenir es tan solo una ilusión cegadora… Todo lo que ahora se le echa encima no es más que un cumulazo de “si es que” que no le dejan caminar. Porque si es que el futuro ya no es lo que era, él sabe que de sus ramas no volverán a brotar frutos entusiastas, aunque intuya que el futuro solo es un algo abstracto que se conmueve dependiendo de la luz que ofrezca el día.
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