miércoles, 14 de septiembre de 2005

Sueño de Keyserling


Zirtaeb seguía despierta, bueno, o eso parecía. Porque todo apuntaba a que se trataba de uno de esos sueños en los que creía estar despierta. Así, la joven se encontraba frente al Chivato Silencioso, palpando su Presente con el dedo índice. Surcos circulares se dibujaban al tacto, como si de un lago calmo se tratara. Leguineche le aguardaba al otro lado con un saco de palabras procedentes de Keyserling…


El camino más corto para encontrarse uno a si mismo da la vuelta al mundo. Me dispongo, pues, a dar la vuelta al mundo. Europa ya no me produce efecto. Harto familiar me es este mundo para obligar a mi alma a nuevas configuraciones. Además, es un mundo demasiado limitado. Toda Europa tiene en lo esencial un solo espíritu. Quiero anchura, dilataciones donde mi vida tenga que transformarse por completo para subsistir, donde la intelección requiera una radical renovación de los recursos intelectuales, donde tenga que olvidar mucho –cuanto más, mejor- de lo que supe y fui. Quiero que el clima de los trópicos y otros muchos aspectos imprevisibles envuelvan mi ser y actúen sobre mi alma, para ver lo que será entonces de mí. Ya están cortadas las relaciones con lo que me sujeta. Siento en mí la beatitud de la libertad conquistada. De seguro que no hay nadie ahora más independiente que yo. No tengo profesión externa; no tengo familia que me preocupe; no tengo obligaciones que me llenen mi tiempo; puedo hacer u omitir lo que me plazca. [Diario de Viaje de un filósofo por Hermann Keyserling -En Raykull, Estonia, primavera de 1918-]

Si el instante fuera texto, pensó Zirtaeb, éste quedaría subrayado como una cita literaria. Se encogió de hombros al ver que poco más podía hacer para alargar ese soplo poético; aceptó la fugacidad del delirio.

De este modo, la desvergonzada soñadora cerró la puerta del espejo y durmió plácida dibujando a Keyserling vivo, dentro de su paréntesis emocional.

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