martes, 26 de abril de 2005

Hogar

Me encuentro a miles de kilómetros de casa pero hay cosas que no cambian. Ya no desayuno cada sábado mientras leo la columna de Gontzal Largo... aunque sí que dispongo de la red para combatir esta clase de morriña. Aún recuerdo todas esas veces en las que intenté ponerme en contacto con él para hacer alusión a alguno de sus textos... para felicitarle en definitiva. Bueno, qué más da... el caso es que sus textos siempre tienen un "algo", un "no sé qué" que me llegan tanto... así que aquí os dejo estas líneas para los de que no tengáis la suerte de leerlo cada sábado.

El regreso de las vacaciones siempre tiene algo mágico. De hecho, uno de los grandes atractivos de abandonar el hogar es volver a él y encontrar el buzón rebosante de cartas y avisos de correos, escuchar los mensajes del contestador para comprobar quién nos ha echado de menos y en definitiva, sentir de nuevo el placer de la cotidianidad corriendo por nuestras venas. La vacación nos permite observar el lugar en el que vivimos con una perspectiva bondadosa, amén de glorificar nuestros pequeños tesoros del devenir diario: la cama fresca tras días de inactividad, nuestro fiel y cómplice retrete, y por supuesto, esa cocina que clama por ser puesta en marcha. Por alguna extraña razón, las casas, como las personas, tienen olor propio, un perfume personal e intransferible que las identifica. Cuando las abandonamos, las dejamos a su suerte y por ello, a la vuelta, tienen ese aroma tan característico, a cerrado, a nuevo, a nostalgia... como si nos hubieran extrañado durante la ausencia.

No hay nada más placentero que la primera noche en el hogar tras unas largas vacaciones, cuando la correspondencia ha sido abierta, los e-mails leídos, el contenido de la maleta se encuentra en el interior de la lavadora y todo el ejército de electrodomésticos ha sido enchufado de nuevo, listo y dispuesto para ponerse al servicio de su amo. Las casas tienen alma, seguro. Piensan, respiran y sienten. Tras una ausencia, no es que huelan a cerrado, no. Es la fragancia de la tristeza pues nos han echado de menos.


Gontzal Largo (El Diario Vasco, 23/IV/2005)

A miles de

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