Entre bromas y risotadas emprendieron su nuevo viaje a Ninguna Parte. La primera anécdota no tardó en llegar: una cara distinguida paseaba calle arriba y calle abajo como si esperase a alguien. Sus pasos no eran menos destacados, pues parecía danzar al son del tren que se aproximaba o quizá al ritmo de los nuevos versos que de su cabeza parecían brotar.
Después del desparpajo con el que habían comenzado a describir su carretera, ninguno osó despertarlo de su letargo poético. Así, con una mirada y poco más, aprendieron a guardar silencio en el templo de la escritura. [K]
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